jueves, 28 de octubre de 2010

EL PLACER DE APRENDER PARA REENCANTAR LA EDUCACION Mtro. Héctor Martínez Guerrero

CONTENIDO

Introducción………………………………………………………………………………………………..............…. 3

La cultura patriarcal y su relación en la educación………..……………………….4

Ser y conocer para aprender……………………………………………………………………………….5

Ambientes de aprendizaje y espacios relacionales para educar…………………………………7

Educar y aprender desde la Biopedagogía………………………………………………………………8

La danza en las aulas: placer y ternura en la educación………………………………………………10

Conclusiones……………………………………………………………………………………………….11

Referencias bibliográficas…………………………………………………………………………………12







Introducción.Lenguajear desde la emoción constituye una aventura humana, implica sensibilidad y apertura para gozar del placer de escuchar al otro en la convivencia; hacer efectivo que ocurre cuando colocamos entre paréntesis nuestras verdades y certezas, y nos abrimos a la incertidumbre de un multiverso de realidades.

En este sentido, el escrito que leerán a continuación pretende provocar la reflexión y despertar la consciencia individual y social para juzgar y valorar los efectos de una sociedad que alienta la competencia, negándonos la posibilidad de construir un mundo en el que sea posible la coexistencia en armonía y en sincronicidad con el tiempo.

Para ello, se describirán las características de la cultura patriarcal y el imprinting que ha impuesto a la humanidad, como una forma de ser y vivir que divide y aísla al individuo. Particularmente se destacará su intromisión en los diversos ámbitos de nuestras vidas, provocado la aparición de un mundo antagónico y excluyente.

Se resaltará su relación en el ámbito educativo, para mostrar la forma en la que incide en las instituciones escolares y en la práctica docente, como instrumento de control y subordinación.

Más adelante se reflexionará sobre los fundamentos vitales y cognitivos que hacen posible el surgimiento del ser humano, como un sujeto en continuos procesos de autorganización. La idea es que al advertir la forma en la que cada sujeto se autoproduce (autopiesis), se valore la matriz biológica y cultural de la que provenimos. Comprender lo anterior ayudará a tomar consciencia de la singularidad de cada aprendiente, así como el papel que juegan en su determinismo estructural los ambientes de aprendizaje en los que se desenvuelve.

En la idea de avanzar en la construcción de una propuesta educativa que considere todas las potencialidades del ser humano y las diversas formas de aprender, se describe el papel de los ambientes de aprendizaje y los espacios relacionales en los que ocurre el fenómeno de educar, para hacer posible la construcción de escenarios que favorezcan en los aprendientes el sentido de colaboración, solidaridad y democracia, a través del diálogo y la convivencia.

Asimismo, se destacarán las características biopedagógicas del aprendizaje, para referir el lado biológico de la educación, al concebir el acto de aprender como un proceso que sucede en la corporeidad del aprendiente y se origina en el placer, gozo y ternura en lo que hace y vive; contribuyendo de esta manera, a mirar el aprender desde la dimensión estética, lúdica, creativa, sensible y sensual, que hace posible que el aprendiente emerja con todas sus potencialidades y virtudes, características que se han alejado de la práctica educativa.

Por último, se describirá a través de la metáfora de la danza en las aulas, el paradigma de la convivencia y de la ternura, a través de la cual se pretende abrir nuevos caminos para disfrutar y saborear el placer de aprender, que permita reencantar la educación, al mismo tiempo que posibilite la transformación docente.

Lo que se comparte en este escrito, es la idea de que en la convivencia, en el amor, en el placer y en el gozo de educar, se encuentran los fundamentos biológicos y culturales que pueden hacer posible la transformación educativa. De ninguna manera pretende convertirse en una verdad absoluta, porque al hacerlo atentaría en contra de la consciencia individual de quienes leerán este ensayo, todo lo contrario, lo que se desea es abrir nuevos espacios de comunicación para seguir redescubriendo una manera distinta de concebir y recrear el fenómeno educativo.

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La cultura patriarcal y su relación en la educación
Históricamente el ser humano surgió como ser vivo a través de un proceso biológico y cultural que constituyó su forma de ser y vivir (Maturana, 1993). Envuelto en el emocionar y en el conversar caracterizado por la armonía, colaboración, respeto y el altruismo recíproco; por una conexión directa entre el bienestar y el orden natural, generada en el fluir del lenguajear y del convivir con los otros y lo otro, le dio vida a un linaje trasmitido generación en generación, conformando una primera forma de cultura.

Sin embargo, esta forma de ser y vivir de los pueblos europeos, se vio interrumpida hacia 7000 a 6000 años antes de Cristo (Maturana,1993) por la invasión violenta de un grupo de pastores patriarcales indoeuropeos, que introdujeron una nueva forma de convivencia, basada en la lucha y la guerra que transformó la vida y la cultura prepatriarcal europea.
Se instauró así una nueva cultura, una red de conversaciones, acciones y emociones que se fundaron en la apropiación, degradación de la naturaleza, destrucción, imposición de normas, costumbres y leyes que modificaría la vida prepatriarcal europea y daría origen a la cultura patriarcal.
Es a partir de este cambio biológico y cultural histórico, en el que la relación de sometimiento o subordinación entre los seres humanos (Maturana, 1993), habría de constituirse en un proceso cultural que tomará dimensiones insospechadas a través de la historia del mundo. En lo sucesivo, cada época histórica dará cuenta de las más crueles y degradantes barbaries humanas que marcará y dividirá a las naciones del mundo. Es a partir de entonces que los inventos y creaciones del ser humano, no sólo producirán bienestar social, sino además alentarán la competencia, productividad, enajenación, destrucción, alienación, terrorismo, xenofobias, guerras, discriminación y fanatismos.

Surge así un modo de ser y vivir que amenazará su existencia y la del planeta. Son los efectos de una cultura encubierta en la apropiación y exclusión, que se mueve en dominios de acción distintos a la convivencia, la inclusión, la espiritualidad y el amor.

La forma de ser y vivir de esta cultura permanece vigente en las sociedades actuales. Su presencia se advierte en prácticamente todas las actividades que realizamos, pululan en las sociedades modernas. Son el fundamento de la economía, ciencia, medicina, tecnología, educación, etc. Los discursos demagógicos de quienes se asumen en la cúspide de este sistema cultural, son racionales, no ven que no ven y sus efectos laceran a las capas sociales más débiles, haciendo de este mundo, un mundo de oprimidos y excluidos.

En el ámbito educativo, la cultura patriarcal se expresa en los diferentes escenarios pedagógicos en los que se genera el aprendizaje. La convivencia educativa propia de esta cultura, se mueve en el acceso de unos y la negación de otros a las instituciones educativas; se funda en la desigualdad económica, competencia, autoritarismo, en la subordinación a una estructura oficial. El aparato educativo determina infraestructuras escolares, distingue apoyos económicos y materiales para equipar y mejorar a las escuelas; impone planes y programas de estudio, enfoques; refiere criterios de evaluación, establece medios de control para los docentes, limita tiempos para la actuación docente; generándose una lucha desigual, imparable, que alimenta la simulación del trabajo académico.

En el aula, la cultura patriarcal se denota en la autoridad del docente, es él quien determina contenidos, objetivos de aprendizaje y actividades; impone reglas de actuación, señala tareas, determina tiempos de participación. El aprendiente es visto como un sujeto pasivo que debe aprender contenidos aunque estos no resulten significativos para su vida y su contexto.

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En esta cultura, las conversaciones son dominios de acción en los que se privilegia la racionalidad, confrontación, competencia. Se educa para la productividad y el empleo, con el objetivo de producir sujetos para su incorporación inmediata al mercado laboral y a la obtención de privilegios.

Desde la visión de la cultura patriarcal, el educador reproduce el saber enciclopédico como verdad absoluta, sin reflexión; no toma en cuenta la responsabilidad que representa educar para la transformación humana. Sufre de amnesia y no se da cuenta –o no quiere darse cuenta – que con su actitud y modo de ser y vivir, está construyendo una conciencia individual y social en sus aprendientes de rivalidad y odio, alentando la degradación de su condición humana. Juzga al ser y niega la mano amiga, amorosa, cariñosa, que haga posible un mundo de mayor convivencia. No se da cuenta que al juzgar al ser lo niega como ser humano, restringiendo su autonomía, autoestima y confianza en sí mismo.

La cultura patriarcal excluye la democracia, creatividad, la ternura, el tacto, la bondad. Confina al amor a la cursilería. Impide reflexionar respecto de lo que somos y hacemos, ignora a al ser biológico y sus constantes interacciones y retroacciones como un fluir que se genera, momento a momento, en diversos ambientes de aprendizaje.

Por tanto, hace falta mirar a la educación desde una perspectiva más amplia, abarcadora, inclusiva, holística, transdisciplinaria; en la que sea posible, en la convivencia reciproca de educadores y aprendientes, crear nuevos espacios relacionales para promover y alentar la colaboración, amorosidad, sensibilidad, encanto y pasión por educar y aprender.

Es momento de provocar la reflexión consciente en los educadores para mirar el acto de educar desde la dimensión estética y poética. Desde la cognición afectiva que haga surgir en la convivencia, un mundo de mayor felicidad y placer. Un mundo que posibilite la aparición de una nueva cultura para reencantar la educación. Es decir, una cultura neomatrística que se funde en la colaboración, en la igualdad de género, en donde hombres y mujeres se complementen para hacer juntos, en co-inspiración algo en común, en armonía, sensibilidad, en el sentir y vivir lo humano como humanos.

Si la cultura patriarcal ha logrado estacionarse en nuestras vidas, es porque no nos hemos atrevido a crear una nueva cultura; es porque no nos hemos encontrado como seres humanos en un nuevo lenguajear; es porque no nos hemos dado la libertad de colocarnos en otros dominios de acción para conversar, para converger en sincronía, en religación, en respeto por los otros y lo otro; es decir, en generar una forma distinta de ser y vivir como humanos, en donde la co-participación sea la “…creación de una convivencia mutuamente acogedora y liberadora que se prolongue desde la infancia a la vida adulta”. (Maturana, 1993: 17).

Ser y conocer para aprender
Como seres biológicos y culturales, coexistimos en un mismo espacio-mundo y somos producto de un proceso evolutivo, heredado generación tras generación, en el que el modo de ser y conocer se basaron en la sincronía, armonía, colaboración, respeto y convivencia de todos los seres vivos.

No obstante, esta perspectiva se fue gradualmente diluyendo al aparecer la objetividad y las certezas absolutas, en el momento en que surgen modos distintos de convivir y el lenguaje se transforma en dominios de acción que ponderarán conceptos de superioridad, intolerancia, negación, etc.


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Sin embargo, al reconocernos como miembros de una sociedad, lo hacemos teniendo presente que ser y conocer suceden en un bucle trinitario especie/individuo/sociedad entrelazados, que muestran la complejidad humana, incertidumbres, cualidades y propiedades que expresan nuestra forma de vivir (Morín, 2003).

Surgimos como un todo en nuestra distinción, en la reflexión consciente, en la cotidianidad, en el lenguajear, en la emoción de la que deviene la consensualidad, el amor; porque “lo genético no determina lo humano, solo funda lo humanizable” (Maturana, 2002: 33).

Ser y conocer son fundamentos de nuestra biología, adquieren significado en la trama de nuestra vida y en nadie más, surgen en continuos procesos de interacción, adaptación, organización, autoproducción (autopoiesis), porque somos seres humanos determinados estructuralmente.

Comprender el ser y el conocer, significa reconocer la increíble capacidad del ser vivo, de nuestro cerebro, mente, sistema nervioso, inteligencia; la forma en la que se autocrea y los constantes cambios que operan en su interior, a partir de lo que se genera o gatilla como respuesta a las situaciones cambiantes, imprevisibles, inciertas, que se presentan en el exterior y que fluyen en nuevos procesos de reorganización, adaptación y acoplamiento estructural.

Para que todo lo anterior pueda ocurrir, el ser humano cuenta con el lenguaje, medio que le permite desde la emoción ser y conocer para conversar, opinar, reflexionar, hacer. Es desde la acción efectiva, de la reflexión de nuestra mente y nuestra inteligencia para explicar, a través del lenguaje, aquello que decimos saber. Porque conocer es ver una realidad en la que el observador es parte de la observación; implica despojarnos de las certezas y colocar el saber entre paréntesis; implica mirar el fenómeno a describir como un todo, de forma holista, transdisciplinar, incierto, complejo, como un gran holograma en el que el todo es constitutivo de las partes pero las partes son constitutivas del todo. Porque “conocer es tener una conducta efectiva en el ámbito especificado por una pregunta” (Maturana, 2002: 85).

Ser y conocer son procesos vitales y cognitivos que nos muestran lo vivo de lo vivo. Suceden en el devenir cotidiano. Ocurren como fenómenos determinados por interacciones y recursiones; aparecen en el hacer efectivo de nuestros actos, alegrías y tristezas; transitan en nuestra corporeidad, mente, sistema nervioso, cerebro y biología del amor. Constituyen el fundamento de nuestra existencia, porque “sin una pegajocidad biológica, sin el placer de la compañía, sin amor, no hay socialización humana, y toda sociedad en la que se pierde el amor se desintegra” (Maturana, 2002: 30)

Reflexionar sobre los procesos vitales y cognitivos nos permite reconocer que se aprende en todo momento, en múltiples contextos de aprendizaje y en espacios relacionales diversos. Permite valorar a nuestros aprendientes como sujetos individuales y sociales al mismo tiempo, con necesidades de aprendizaje heterogéneos, con experiencias vitales insospechadas.

Invita a transitar por una nueva educación, en donde no se juzgue al ser y se corrija el hacer, en un acto de co-inspiración entre educador y aprendiente en donde fluya la creatividad, el placer, gozo, armonía y convivencia por aprender.

Concebir a la educación y a la aprendiencia (estar en proceso de aprender) bajo la reflexión de los procesos vitales y cognitivos del ser humano, permitirá transformar la formación docente y las prácticas pedagógicas.
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La escuela como una organización aprendiente, necesita abrirse a procesos cogestivos para crear ambientes de aprendizaje diversos, que hagan posible el desarrollo de las potencialidades de los aprendientes y fomentar el aprendizaje autónomo, creativo e innovador.
Reflexionar sobre la conciencia social e individual, transformar al ser, convertir el conocer en una acción efectiva, para que el ser humano transforme su perspectiva respecto del mundo que quiere para sí, es una tarea que deberán atender los educadores de este siglo.

La biología del amor y del conocer hace posible vivir en el gusto y deseo de ser simplemente lo que somos: seres humanos. “En los docentes se debe hacer visible el gozo de estar colaborando con algo tan estupendo como hacer posible e incrementar la unión profunda entre procesos vitales y conocimiento” (Assmann, 2002: 33)
En la comprensión del ser y el conocer se encuentran las claves de la transformación educativa para hacer del acto de aprender un proceso vivo, que se autoproduce en diversos espacios de aprendizaje, a través del gozo y el placer de todas las formas de ser y hacer de los aprendientes.

Ambientes de aprendizaje y espacios relacionales para educar
Para la escuela tradicional, aprender es un proceso generado a partir de la lección magistral de un docente. El salón de clases se convierte en el espacio de aprendizaje, en donde cada elemento que lo conforma: pupitres, cuadernos, libros, pizarrón, etc., son perfectamente dispuestos y ordenados por el docente.
A los aprendientes se les asigna un lugar en el aula, se les indican los momentos para participar, las reglas a obedecer, los premios y castigos a su comportamiento, las tareas que debe cumplir, etc. Esta visión de enseñar genera ambientes de restricción, conformidad, pasividad, memorización de saberes, orden, desconfianza, confrontación y rivalidad.
El temor de los aprendientes por asistir a la escuela, se compara con la idea de estar cumpliendo una larga condena de la que aspiran salir lo más pronto posible. Solo en el recreo y en las vacaciones vuelven a ser ellos mismos: juegan, construyen, saltan, cantan, aman, ríen, gritan, dicen groserías; es decir, viven en el vivir su proceso de ser humanos.
Pero todas estas actividades libres, espontaneas, que surgen en la vida diaria, en las interacciones generadas en el con-vivir de los aprendientes, se han marginado de las prácticas educativas bajo el pretexto de pérdida de tiempo, exigencias administrativas, de seguir puntualmente los programas de estudio. Entonces, de nada sirve tener al grupo con los más altos promedios, los más disciplinados, los mejores en las olimpiadas del conocimiento, si su vivir y aprender son producto de una violencia implícita y explicita expresada en el control y dominación ejercida por el docente sobre cada uno de sus aprendientes. De nada sirve introducir innovaciones en la planeación didáctica, en los materiales escolares, sino no se vive a plenitud el placer de aprender.
Por ello, al hablar de ambientes de aprendizaje y de espacios relacionales se intenta reflexionar en el lado estético, afectivo, poético y sensual de educar. Se quiere significar las oportunidades de acción que tenemos como educadores para crear y promover el hacer afectivo.
De esta manera, el saber restringido a la escuela se abre a nuevos modos de aprender, en los que se generen ambientes inclusivos, democráticos, participativos; de respeto, solidaridad, empatía, colaboración, pero sobre todo de convivencia.

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Educadores y aprendientes tienen la posibilidad de construir juntos, religados, ambientes de aprendizaje y espacios relacionales para compartir experiencias y conocimientos. Una cafetería, restaurant, parque, jardín, plaza pública y escolar, cancha deportiva, biblioteca, montaña, playa, etc., son contextos que se transforman en ambientes de aprendizaje, a partir del autoreconocimiento, autoestima, generado a través del hacer común.
Por otra parte, los avances de la tecnología de la información y comunicación, mantienen al ser humano “enredado” (en red), creando escenarios de aprendizaje inéditos. Por ejemplo, el internet, las plataformas tecnológicas, el espacio virtual, correo electrónico, chat, blog, entre otros, se convierten en ambientes y espacios relacionales para la convivencia, para crear grupos sociales, conocer, aprender, dialogar, experimentar; que siguen sin ser considerados como auténticos espacios detonadores para enseñar y aprender.
Así, educar adquiere un significado diametralmente opuesto a la visión reduccionista y fragmentaria de la cultura patriarcal, comporta abrirse a la complejidad e incertidumbre del ser humano para comprender los nichos vitales en los que participa (Assmann, 2002). En esta nueva perspectiva, educar es un proceso holístico, transdisciplinario y relacional; los aprendientes emergen como seres que dialogan, juegan, viven, aman y gozan al aprender.
En estos nuevos escenarios, los aprendientes pueden experimentar la emoción y el placer de estar conociendo para surgir como seres humanos con consciencia y responsabilidad del mundo que quieren para sí y del que formarán parte.
Aprender desde la emocionalidad, significa aprender con toda su corporeidad y en todos los espacios relacionales posibles en los que convergen, como sujetos conscientes de su vivir, expresando con ello su plasticidad biológica y cultural para interactuar conforme sus deseos y aspiraciones.
Tomar en cuenta la potencialidades de los aprendientes y sus necesidades de expresar su ser, a través de actividades creativas, lúdicas, artísticas, físicas, reconociendo los procesos vitales y cognitivos a través de los cuales surgen como seres humanos, permitirá construir ambientes de aprendizaje que propicien la ternura y la convivencia para transformar la educación.
Los educadores debemos innovar el modo corriente de enseñar para construir una sociedad aprendiente que fomente la democracia, responsabilidad, respeto, autoestima y la creatividad; en espacios relacionales diversos que consideren las características biopedagógicas para aprender.
Educar y aprender desde la Biopedagogía
Educar y aprender son procesos vitales y cognitivos del ser humano. Son elementos que hacen posible la autoconstrucción de los seres vivos. Se expresan en las interacciones, adaptaciones, organizaciones y acoplamientos estructurales, generadas en diversos ambientes y espacios relacionales en los que transita.

Comprender lo anterior, permite considerar al aprendiente como un ser que siente, vibra, emociona; susceptible de percibir todos y cada uno de sus actos, como estados o disposiciones que le permiten aprender en relación con los otros y con lo otro.

Ubicar a la docencia y a la educación tan solo en el ámbito de la pedagogía, psicología o la didáctica, significa insistir en una visión limitada, fragmentada, que no da cuenta de lo que están aportando las ciencias de la vida, como la biología y las neurociencias, para comprender al ser y el hacer de los seres humanos. Insistir en esta separación, sin considerar que el ser humano deviene en humano solo en la convivencia, en el placer, en la armonía, en el gozo, impide promover una nueva educación holísta y transdisciplinaria.
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Así, educar y aprender adquiere un nuevo significado, permite reconocer a cada uno de los aprendientes como sujetos individuales y sociales al mismo tiempo, con necesidades y experiencias de aprendizajes diversas, producto de su historia y devenir como sujetos que se hacen humanos al ser y convivir.

Hay que aprender en el vivir viviendo; es decir, en el hacer efectivo y afectivo. Porque se aprende a lo largo de la vida y de todas las formas de vida, lo que nos conduce a una bioeducación, a una biopedagogía.

Biopedagogía que se caracteriza por el placer y el gozo de aprender, por la sensualidad, caricia, tacto y ternura, porque lo que nos distingue como humanos es nuestra amorosidad, si no hay amor nuestro cuerpo se enferma.

Considerar las características biopedagógicas para el aprendizaje deben ser temas de reflexión en las agendas educativas y los programas de formación docente. En las escuelas se han desterrado de la práctica docente, porque se les considera romanticismo, pérdida de tiempo. En la premura y exigencia de cumplir con programas de estudio, evaluaciones, etc., no nos damos tiempo para recuperar la dimensión bella, poética, afectiva, que constituye la parte biológica de la educación, no nos damos cuenta que “el conocimiento solo emerge en su dimensión vitalizadora cuando tiene algún tipo de vinculación con el placer” (Assmann, 2002: 29).

La vida y por tanto el aprendizaje se gusta y se ama, se da siempre en el placer, en la compañía de los otros, en las complejidades e incertidumbres de la vida. Ocurre en las coincidencias y diferencias, en las alegrías y tristezas, en encuentros y desencuentros. En esta visión, el docente debe provocar experiencias de aprendizaje que seduzcan, encanten y despierten la imaginación, creatividad y curiosidad de los aprendientes, para que saboreen el arte de aprender. Aprender con alegría y entusiasmo en escenarios donde exista un ambiente de armonía, sincronía, deseos comunes, y no haya cabida para el temor, porque la curiosidad como comportamiento lúdico, agradable, provocador, hace que surja el aprendizaje significativo.

La biopedagogia concibe al aprendizaje como la propiedad que tienen todos los seres vivos para autorganizar la vida. El aprendizaje como un proceso de autorganización de la vida, obedece a los mismos procesos que sustenta el paradigma emergente de las ciencias: autorganización, incertidumbre, caos, complejidad, creatividad, holismo y transdisciplinariedad. Invita a reflexionar en nuestro quehacer docente, las planeaciones didácticas, las estrategias que utilizamos, los ambientes que generamos, los espacios relacionales que provocamos. Invita a tener presente que los contenidos son tan solo medios o pretextos para que ocurra el aprendizaje.

El propósito fundamental de la educación deberá ser crear, recrear y promover espacios de aprendizaje agradables; pues solo en este tipo de espacios pueden darse procesos de aprendizaje significativos.

El reto como educadores es transformar la práctica docente y hacer surgir el aprendizaje desde la vida misma de los aprendientes, darse en la cotidianidad, en el entramado del vivir; a partir de todos aquellos hechos, vivencias, sucesos, etc., que resulten agradables y significativos para los aprendientes, desde una dimensión plurisensorial.

“El espacio educacional, como un espacio de coexistencia en la biología del amor, debe ser vivido en el placer y alegría de ver, tocar, oír, oler y reflexionar, que nos torna capaces de ver, oír, oler y tocar todo lo que llega a ser accesible para nosotros cuando tenemos libertad para mirar, y mirarnos simultáneamente al contexto y a la peculiaridad de la situación en la cual estamos en cualquier instante, y hacemos esto abiertos a relacionar situación y contexto sin temor” (Maturana, 2002: 67).

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Educar y aprender desde la mirada de la biopedagogia es una danza de la vida que se crea y recrea en diversos espacios y ambientes de aprendizaje.



La danza en las aulas: placer y ternura en la educación
La danza es expresión corporal, sincronía, sensualidad, ritmo, cadencia, ternura; se vive y saborea en la recreación de cada paso, en la alegría de la convivencia, en la conquista amorosa del otro y los otros. Es poesía, seducción, encuentro y desencuentro con el mundo y los seres humanos. Configura un modo de ser y conocer que surge del placer y del goce; transforma al ser, lo une y re-une con el mundo.
Como expresión artística, es arte, pasión, estética; cada paso, cada coreografía recrea una historia, un amor, un mito, una leyenda, que conduce a los espectadores a estados de placer y gozo.
La danza es… en las aulas, todo lo contrario; es inercia, pasividad, autoritarismo, intolerancia. Se vive la angustia de la clase, la voz chillante del profesor que lastima, ofende; violencia sin sangre que entra por los oídos y la vista; alienta el temor, lo racional, la simulación, lo irrelevante; es un modo de ser y hacer que deteriora la convivencia y el placer de aprender.
En la danza en las aulas, son los mismos bailes cada año, las mismas coreografías: organización escolar, directivos, grados, docentes, programas, salones de clase, libros, apuntes, actividades, exámenes; nada hay nuevo, como no sea el cambio de decorado o de uniforme escolar. Los docentes y aprendientes asisten a la escuela con la desventura de saber que se moverán en la misma pieza musical.

Pensar en una nueva danza en las aulas (nueva forma de educar y aprender), significa transformar lo que hacemos como educadores, abrirse a la dimensión seductora, sensual y placentera de los aprendientes. Es comprender sus procesos vitales y cognitivos, requiere mirar su lado humano y afectivo, sus emociones e intereses, requiere sensibilidad, ser y conocer.

Danzar en las aulas de forma emocionante, afectiva, corporal, es con-vivir en serio, sentir en serio, amar en serio; es desterrar la idea machista de pensar en la ternura como algo propio reservado al sexo femenino, “la ternura es un paradigma de convivencia que debe ser ganado en el terreno de lo amoroso, lo productivo y lo político…”(Restrepo,1999: 10), es una forma de vivir para desterrar el discurso académico que agrede, porque se conoce también en la calidez afectiva, acariciadora del lenguaje sensual.

Recrear una coreografía en las aulas para educar y aprender, es seducir a los aprendientes con un lenguaje que enamora; porque lo que queda al final de un proceso formativo no solo son conocimientos, sino la calidez del encuentro afectivo con los otros, impresa en la piel y recreada en los contactos cada vez que nos encontramos mutuamente.

Introducir y promover la caricia, el tacto y la ternura, implica transformar la tradición viso-auditiva, según la cual los aprendientes solo requieren de ojos y oídos para aprender, excluyendo al tacto, olfato y el gusto de la dinámica escolar, negando la posibilidad de “fomentar una intimidad y cercanía afectiva con el alumno, perpetuándose una distancia corporal que afianza la posición de poder del maestro, tornada ahora verdad incontrastable” (Restrepo, 1999: 32).



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Tomar conciencia del paradigma de la convivencia para danzar en las aulas, es educar para la sensibilidad y no solo en la dureza del conocimiento racional. En esta nueva perspectiva, el educador es un esteta social, “alguien que tiene como materia prima el cuerpo a fin de modelarlo desde una cierta idealidad, provocando el gesto desde el lenguaje con el propósito de favorecer la emergencia de sensibilidades y afecciones que tienen como paradigma el acercamiento delicado a la realidad del otro” (Restrepo, 1999: 34).
Bajo esta visión estética, educar es construir espacios de convivencia para a aceptar diferentes formas de pensar, actuar, expresar, sentir, ser.

Practicar la ternura y la caricia entre los aprendientes es una forma co-gestiva de ser y hacer, permite su desarrollo integral, alienta la independencia afectiva y su auto-realización. Conduce a reflexionar sobre su condición humana, re-descubrirse como sujeto en constante transformación. Ver al otro como protagonista y antagonista, aprender de los singulares pero también de los plurales.

Es una invitación a reconstruir nuestra imagen como educadores y darle a cada uno de los aprendientes la posibilidad de expresar su sensibilidad plena.
El educador es como el coreógrafo que muestra a los aprendientes las evoluciones y el ritmo de la danza, trata de coordinar la interacción de los diferentes bailarines, la intensidad y cadencia de cada paso, lleva a vivir plenamente la ejecución (aprender), a construir un ritmo creíble, lúdico, creativo, edificante, que haga crecer a todos los participantes y los invite a la trasformación.
En la danza en las aulas el educador participa solidariamente en la construcción de saberes y experiencias de aprendizaje agradables, placenteras; guiando el ritmo y el movimiento cadencioso de sus aprendientes, mientras otros se quedan quietos, observando, tiesos. Elegir entre una y otra forma de ser y hacer es una decisión que solo quienes viven el placer de educar y aprender pueden hacer posible reencantar la educación.

Conclusiones
A lo largo de este Ensayo, se mostraron los efectos de la cultura patriarcal en la vida cotidiana y en la educación, resaltando el grado de autoritarismo y control que limita la actuación pedagógica del docente y de los aprendientes. Para superar esta visión cultural dominante, se propone la conformación de una cultura neomatrística en donde reine la colaboración, respeto, cooperación y convivencia, para recuperar los lazos afectivos que unen, hermanan y armonizan las relaciones entre los seres humanos.

Se mostró la importancia de los procesos vitales y cognitivos como fundamentos del ser y conocer, que acompañan a los seres humanos a lo largo de su existencia. Destacando el modo como se autoproducen, autorganizan y se adaptan al contexto del que forman parte, a través de interacciones recurrentes generadas mediante acoplamientos estructurales. Con ello se significó el valor que tiene este fenómeno biológico, para que al educar y aprender se tome consciencia de lo que somos y hacemos en el desarrollo de la práctica educativa y ser congruente con dichos procesos.

Se expresó la importancia de crear ambientes de aprendizaje y espacios relacionales que rebasen los límites impuestos por la escuela tradicional, para propiciar escenarios de mayor convivencia, dialogo, interacción, colaboración, solidaridad y democracia, entre aprendientes y educadores; tomando en cuenta que cualquier espacio, en el que se encuentren dos seres humanos, constituye una oportunidad para hacer emergen el ser y el conocer.
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Porque procesos vitales y cognitivos hacen posible la autoproducción del ser humano.

Al destacar la importancia de las características biopedagógicas del aprendizaje, se mostró el lado biológico de la educación, el plano corporal, sensual, estético, placentero, amoroso en el que se desplazan y sitúan los aprendientes en el momento de aprender. Se destacó su importancia en la formación y la práctica docente.

Finalmente se propone reencantar la educación a través de la reflexión de lo que somos y hacemos, como el coreógrafo que recrea los movimientos de la danza, al ejecutar con armonía, sensualidad, amor, ritmo y placer, la belleza del acto de educar.

Al compartir las reflexiones anteriores, se quiso expresar desde la emoción el significado que tuvieron las lecturas y las experiencias compartidas con el grupo de aprendizaje durante este trimestre, convencido de que aun en las condiciones de fragmentación que se viven en el ámbito educativo, es posible transformar lo que cotidianamente hacemos en el ejercicio de nuestra práctica profesional.

Como dice Maturana (2002), somos los que somos y hacemos lo que hacemos porque simplemente no queremos ser y hacer otra cosa. Transformar esta visión simplista de la realidad es tarea que permitirá reencantar la educación y al mismo tiempo será nuestro compromiso como educadores.



Referencias bibliográficas
 Assmann, Hugo (2002). Placer y ternura en la educación. Hacia una sociedad aprendiente. Barcelona: Narcea Ediciones.
 Maturana, Humberto (2002). Transformación en la convivencia: Chile: Editorial DOLMEN.
 Maturana, Humberto y Pörkesen. R. B (2004). Del ser al hacer. Los orígenes de la biología del conocer. Chile: Sáez editor.

 Maturana, Humberto y Verden-Zöller, Gerda (1993). Amor y juego. Fundamentos olvidados de lo humano. Desde el patriarcado a la democracia. Chile: Instituto de Terapia Cognitiva.

 Morin, Edgar (2003). El método. La humanidad de la humanidad. España: Ediciones Cátedra.

 Restrepo, Luis Carlos (1999). El derecho a la ternura. Santiago de Chile: LOM Ediciones.