sábado, 8 de mayo de 2010

LA DECONSTRUCCIÓN DE LA PRÁCTICA DOCENTE DESDE LA VISIÓN NEUROCIENTÍFICA

HECTOR MARTINEZ GUERRERO


Eric Jensen, neurocientífico miembro de la International Society of Neuroscience, nos acerca, a través de su obra “Cerebro y aprendizaje”, a conocer y descubrir la forma en la que funciona, opera, procesa y reacciona el cerebro humano a numerosos eventos y situaciones. Describe los resultados neurocientíficos de diversas investigaciones y experimentos que muestra la potencialidad e importancia que debe tener para los educadores el conocimiento del cerebro y sus implicaciones en el aprendizaje.

La obra resulta de un valor didáctico inapreciable porque además de brindarnos conceptos y teorías sobre las funciones neuronales, proporciona sugerencias prácticas para estimular su desarrollo en los diversos entornos pedagógicos. Invita a revalorar el papel como educador y a confirmar que los componentes biológicos y químicos son determinantes y se expresan en el actuar de nuestros alumnos, estimulando y desarrollando sus niveles de inteligencia.

Cerebro y aprendizaje es una reflexión abierta para que los educadores, recapacitemos respecto de nuestras actuaciones en aula, nuestros estilos de enseñanza, la forma en la que hablamos, lo que decimos, el tono de nuestra voz, nuestras acciones y reacciones, las condiciones ambientales del aula, los diversos entornos de aprendizaje, la importancia de una adecuada alimentación, los efectos de una pertinente estimulación, las consecuencias negativas del estrés, la importancia del descanso para el aprendizaje, el papel de la motivación, etc.

Destaca de manera muy clara el papel fundamental que juega la familia en los primeros años del desarrollo cerebral de los niños, y los efectos negativos de una inadecuada estimulación temprana, juzga los efectos negativos de la TV, el uso y consumo de productos nocivos para la salud, la violencia familiar, etc. Afirma que todas estas situaciones producen alumnos aislados, agresivos, pasivos, con dificultades para aprender, con baja autoestima, con cansancio que deviene en un bajo rendimiento escolar.

Jensen señala que debemos romper con las actuaciones rutinarias, mecanizadas que nos acompañan en el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje; y en su lugar abrir nuestras mentes para construir actividades creativas, dinámicas, interactivas, que alienten la formación integral de los alumnos; aprovechando adecuadamente cada espacio de aprendizaje.

Por tanto, los docentes no solo debemos ver a nuestros alumnos como sujetos procesadores de información sino como sujetos biológicos, físicos y químicos que viven, sienten, reaccionan y actúan dependiendo de una serie de circunstancias que los van a determinar como seres humanos.

Debemos entonces enseñar a nuestros alumnos y sus padres, lo que significa y representa el cerebro en nuestras vidas, cómo funciona, como aprende, cómo se desarrolla, que lo motiva, que alimentos necesita, cómo se estimula, estresa, etc. Compartir información que les haga analizar y valorar el aprendizaje como un proceso vivo que ocurre en diversos escenarios.

Es necesario resignificar el concepto que le atribuyo a mi práctica docente, tener en cuenta que mi enseñanza no solo se limita a la transmisión de conceptos, teorías, habilidades y actitudes, sino a la formación integral de un educando relacionado con el medio, la naturaleza, sus semejantes; es decir, el todo. Y que en este proceso de formación, las percepciones, emociones, reacciones, olores, sabores, colores, son fuente biológica y química de nuestro organismo y de nuestro deseo por aprender y progresar.


Sugiere que como educadores reconsideremos con nuestros alumnos el valor de la alimentación sana basada en el consumo de verduras, agua suficiente (dos litros diarios) por ser fuente de energía para el cerebro, disponer de tiempo de descanso para que nuestro cerebro procese adecuadamente la información, persuadir el uso de la tv, promover los juegos que ayudan en el desarrollo motor, visual, kinestésico, enriquecer nuestros entornos de aprendizaje, decorando el aula con móviles, mapas, etc., organizar debates, dramatizaciones, proyectos, excursiones, cambios de aula, invitados especiales, oradores. Incorporar en nuestras clases la enseñanza de las artes, la música y la educación física, porque ellas contribuyen en el desarrollo pleno de nuestro cerebro y ha demostrando que su ejercitación permite formar alumnos con mayores habilidades para resolver problemas de la vida. Proporcionar feed back o retroalimentación continua, ejercitar el cuerpo, mover los músculos, correr, brincar, cantar, gritar, saltar, etc.

Por tanto, Jensen me hace reflexionar y revalorar los procesos de enseñanza-aprendizaje que desarrollo, para tener cuidado y no caer en la predictibilidad, es decir, en la monotonía y el tedio. Me invita a reformular la concepción de un alumno que es al mismo tiempo biológico, físico y químico, para tomarlo en cuenta en los procesos de planeación didáctica que realizo.

A partir de esta lectura creo que debo experimentar la emoción y transitar por un nuevo escenario de aprendizaje en la que vea a mis alumnos como sujetos únicos e indivisibles que requieren, a partir de sus diversos componentes, actividades que desarrollen aun más su cerebro.

Referencia Bibliográfica.

Eric Jensen, (2004). Cerebro y aprendizaje. Competencias e implicaciones educativas. Ediciones Narcea, S.A., Madrid, España,

El eslabón perdido en la educación: la visión holistica y transdisciplinaria

Introducción.
La persistente ilusión y la confusión de nuestro pensamiento, producto de la visión del paradigma cartesiano del siglo XVII, está causando sus efectos en la comprensión del universo, de nuestro entorno y de la condición humana. Dicha confusión ha provocado la grave crisis que vivimos en la actualidad, misma que no es restrictiva solo de cuestiones económicas, técnicas o científicas; sino además, de una enorme falta de sensibilidad y consciencia que se traduce en actos de soberbia, intolerancia y supremacía entre las principales potencias que controlan al mundo, basando su predominio en la posesión de riquezas materiales y convirtiendo a las personas en objetos o cosas sin ningún otro valor más que el económico.

En el desarrollo de este escrito, intentaré poner de relieve los efectos del síndrome de la fragmentación y compartiré algunas reflexiones respecto de su impacto en la educación, así como en la práctica docente que promueve la visión enciclopédica y materialista que forma para el trabajo instrumental. Para hacerlo, me apoyaré en algunos conceptos e ideas que postula el paradigma emergente de las ciencias, lo que me permitirá perfilar una nueva visión educativa que aliente la idea de una concepción más humana, espiritual, creativa y transdisciplinaria.

La idea es compartir reflexiones y experiencias desde una nueva visión educativa, que considere asumirnos como un todo; es decir, como una red de interacciones en la que cada elemento, es a la vez un punto de bifurcación y de atracción de nuevas bifurcaciones y encuentros de simultaneidad e interacciones.

El punto de partida de este trabajo es el análisis de las lecturas que conforman al núcleo de aprendizaje “Holismo, complejidad, desarrollo humano y educación”, así como la de sus nodos generadores, considerándolos como un entretejido que religa al todo.

De igual manera, en este trabajo se ponen de manifiesto las ideas y puntos de vista compartidos durante el análisis y reflexión de cada una de las lecturas que sirvieron de pretexto para que mi grupo de aprendizaje comprendiera y juzgara lo que habitualmente hacemos al interior de nuestro hacer pedagógico.

Para darle sentido y emoción a este ensayo, se enuncia en primer lugar los desvíos que nos alejaron del sentido y respeto por nuestro entorno ecológico, a partir del síndrome de la fragmentación del conocimiento que nos ha dividido y separado de nuestros semejantes; en seguida, se comparten algunas reflexiones respecto de la necesidad de reencontrar nuestra humana condición, enfatizando el papel que juega la educación y los educadores para enseñar la humildad, la tolerancia, el respeto por la tierra y por todos sus habitantes.

Más adelante se expresan algunas ideas respecto de la necesidad de reeducar a los educadores, a partir de una reforma del pensamiento que nos haga más humanos, fraternos, solidarios y espirituales a partir de una visión holográfica del universo y de las relaciones entre los seres humanos.

Finalmente se justifica la necesidad de resignificar la educación y los conceptos de enseñanza y aprendizaje tomando en cuenta las aportaciones del paradigma emergente de las ciencias cuya aplicación a la educación representa una oportunidad para conocer y entender la realidad del mundo en constante transformación, desde una visión totalitaria, holísta y transdisciplinaria. Lo que se describe representa tan solo el esfuerzo por comprender nuestra humana actividad y no pretende, desde luego, ser una receta o modo de hacer pedagógico, porque dicha pretensión sería ociosa y contradictoria con los postulados de la teoría del todo o de la complejidad; es solo una pequeña interpretación de los principios y postulados de una forma de concebir a la educación como una tarea académica compleja, caótica, incierta y transdisciplinaria en la que existe aun mucho todavía por aprender.
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El origen de nuestros desvíos: el síndrome de la fragmentación.
Desde la aparición del ser humano sobre la faz de la tierra, se ha buscado afanosamente nuestra sobrevivencia utilizando todos los recursos que la propia naturaleza nos brindó: razonamiento, pensamiento, consciencia, inteligencia y capacidades físicas, etc. Estos medios marcaron la diferencia con los otros miembros del reino animal y nos dieron la posibilidad de crear la visión del mundo que deseábamos para sí.

Sin embargo, la evolución histórica del planeta y la propia, ha estado precedida por profundas transformaciones geográficas, biológicas, físicas y sociales, que muestran la existente de un mundo complejo y caótico marcado por su propio devenir histórico. Así durante los primeros momentos de existencia del ser humano, se aprecia a un sujeto que vivía dentro de la naturaleza, experimentaba una conexión directa entre su bienestar y el orden natural. Por tanto, respetaba las vicisitudes climáticas, las fuerzas sobrenaturales, la flora y la fauna, tomando solo aquello que la naturaleza le prodigaba; fueron tiempos de ser en la naturaleza, de hermandad, magia, espiritualidad, sincronía y fraternidad; era un estado de armonía basadas en el “altruismo recíproco”(Snow, citado en Gallegos, 1997: 142).

No obstante, 10 000 años después, este “altruismo reciproco” se romperá con el descubrimiento de la agricultura, con la domesticación de animales, con la aparición de las civilizaciones y la expansión del conocimiento, dando origen a una nueva relación con la naturaleza, formando una “relación reciproca” entre los humanos y la madre tierra. “La tierra fue entonces la materia prima para la aparición de actividades económicas; el surgimiento de grupos políticos y clases sociales. “Los seres humanos ya no eran dominados por la naturaleza sino que se encontraban en el proceso de aprender a mezclarse como iguales con el ambiente natural”. (Snow, citado en Gallegos, 1997: 142). Naturaleza y humanidad eran complementarias, unos a otros coexistan para su sobrevivencia.

Conforme las civilizaciones del mundo crecen y progresan, aparecen nuevas necesidades y con ellas descubrimientos científicos que beneficiarán a las sociedades del siglo XVII y colocarían a los hombres de ciencia ante otra etapa en su proceso evolutivo: la revolución industrial. Artificies de esta revolución fueron Francis Bacon, René Descartes e Isaac Newton, quienes desarrollaron una visión del mundo semejante a una gran máquina, dando origen con ello a una forma distinta de interpretar o indagar la realidad llamado método científico, que suplantaría a la sabiduría de la época que explicaba el origen de las cosas y la ciencia, filosofía y religión se vería desplazada por una nueva interpretación del mundo, las cosas y la propia creación del ser humano.

Dicho método asumirá la idea racionalizadora de analizar, separar, dividir el todo para descomponerlo en partes y armarlo nuevamente como si fuera un reloj. La mente era considerada como privilegio supremo y la razón podía resolverlo todo. Suponían la separación entre mente y cuerpo, entre energía y materia y aquello que no era observable, tangible o medirse carecía de interés. La meta de la ciencia era el conocimiento que pudiera ser utilizado para dominar y controlar la naturaleza, fue la etapa del “hombre sobre la naturaleza”.(Snow, citado en Gallegos, 1997; 144)

Esta visión reduccionista, dio origen a una nueva forma de ver la realidad, como cosas divididas, separadas, fragmentadas y creó la percepción egocéntrica, dominante, a través de la cual se le arrancaron los secretos a la naturaleza, al mismo tiempo que la devastaron, le robaron su carácter sagrado, la aniquilaron hasta dominarla, hasta hacer de ella un medio de sobrevivencia. Se perdió o se desvió la relación con nuestro entorno.

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Los efectos de esta visión, impuesta desde el siglo XVII que divide lo indivisible, separa lo inseparable, desune lo que está unido y reduce nuestra propia naturaleza humana, se alimentaría de la persistente ilusión de crear un mundo mejor, de mayor estado de bienestar, mejores condiciones de salud y de vida; pero al mismo tiempo, hizo perder la humana relación con la naturaleza y con nuestros semejantes. Son los efectos de una fragmentación humana que induce la visión de pensar en una realidad objetiva, racional, que sólo se encuentra contenida en nuestro pensamiento (Bhom, 2002).

En nuestros días, el desarrollo de la ciencia y la tecnología, la sociedad de la información y del conocimiento, los proceso de globalización económica y planetaria, están produciendo mayores niveles de bienestar económico y social, pero también alienta la separación en diversos escenarios mundiales y la contrastación entre mundos opuestos: ricos y pobres. Bajo esta visión, la percepción del ser humano y del mundo, se encuentra asociada con la idea de ser exitoso en razón del capital que se tiene, de los bienes que se poseen, del tipo de educación que se recibe; perspectiva que hace alusión a lo material, perdiéndose de vista la esencia de nuestra humana condición.

La educación se encuentra también atrapada en esta vorágine de fragmentación. Impregnada de esta visión reduccionista postula la enseñanza uniformada y lineal; sus programas y planes de estudio se encuentran divididos en saberes especializados, inconexos; se contenta con la formación de profesionistas o técnicos para su rápida incorporación al mundo laboral. Produce la sensación de irrelevancia, tedio, fastidio, de saberes insignificantes; sensaciones de soledad, desamparo, desesperanza, desamor; enseñamos a la ciencia y a sus teorías como verdades absolutas, olvidamos que la teoría es tan solo una forma de mirar al mundo (Bhom, 2002). Presos de su seducción, engaño y falsa ilusión, provocamos nuestra ceguera del conocimiento.

La sociedad, familia y la escuela nos educa desde pequeños enseñándonos respuestas sin preguntas; alimenta la comprensión de un mundo separado de la naturaleza, en grupos sociales, clases, países ricos y pobres, negros y blancos; se forma o deforma para la vida, se enajenan mentes, se pregonan buenos contra malos; se dividen la ciencias, se aleja de la espiritualidad, se nos enseña un saber enciclopédico, desunido, alejado de la realidad; nos obliga a permanecer callados, encerrados en un salón de clases; en fin, nos priva de la creatividad y la innovación, nos aleja de la posibilidad de descubrir la verdad y verdadera razón humana de aprender integralmente.

Por tanto, la contribución de la educación para atender la grave crisis que vivimos no puede seguir en una actitud paralizante, se hace necesario despojarnos de nuestros egocentrismos, mirar al mundo con una nueva perspectiva, como un todo en armonía y sincronía, como una “totalidad no dividida en movimiento fluyente” (Bhom, 2002: 32), en la que consideremos al mundo y ser humano en constantes interacciones, retroacciones, interretroacciones y bifurcaciones; en un constante proceso de incertidumbre y complejidad; en donde “la totalidad es lo que es real y las fragmentaciones la respuesta de esta totalidad a la acción del hombre, guiado por una percepción ilusoria y deformada por un pensamiento fragmentario” (Bhom, 2002: 27).

Hace falta comprender la forma en la que capta la realidad nuestro pensamiento, que lo objetiviza y divide, y anteponer al pensamiento nuestra inteligencia como el medio para captar lo subjetivo, espiritual, creativo, totalitario; la verdad que se encuentra ahí, delante de nosotros pero que nos negamos a ver, por nuestra ceguera del conocimiento, por nuestra persistente ilusión a ver solo aquello que nos interesa, sin captar la verdadera realidad, lo implícito, lo plegado. Esta observación supone un acto de percepción original y creativa, de todos los aspectos de la vida, tanto mental como física, por medio de los sentidos y por medio de la mente (Bhom, 2002: 51)
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Somos nosotros los que complacidos con este espectáculo fragmentario, asistimos sin querer ver lo que se hace visible, asumiendo solo aquello que la ciencia, tecnología, sociedad, economía, política, cultura y escuela nos imponen; es el origen de nuestros desvíos, es el deseo desmedido de dominarlo todo, de colocarnos en la cúspide de la montaña, de dominar la naturaleza para dominar al mundo; en fin, es el síndrome de la fragmentación que nos hacer perder nuestra humana condición.

El camino para reeducar: enseñar la condición humana
A partir de la persistente ilusión de sentirnos superiores a la naturaleza y pretender dominarla y transformarla, perdimos el sentido de nuestra esencia humana y la relación recíproca que guardábamos con ella. La obsesión y el racionalismo impuesto por una sociedad consumista que alienta la acumulación de bienes materiales han dividido al mundo en grandes grupos económicos que erosionan la forma de concebir a la humanidad y al planeta.

El fenómeno de la globalización y la mundialización es una realidad conflictiva porque antepone intereses que dividen, fragmentan. De esta manera hoy se percibe a países altamente industrializados que han hecho de la naturaleza el medio para lograr su supremacía. El desarrollo de la tecnología y la ciencia se han vuelto su principal capital económico, sin importar el daño que causan al medio ambiente y a los propios seres humanos.

En este desmedido deseo de dominarlo todo y de convertirse en las potencias económicas más poderosas del mundo, la degradación del planeta se hace evidente en las catástrofes ecológicas que enfrentamos: el fenómeno del calentamiento del planeta, la lluvia ácida, el efecto invernadero, el descongelamiento de grandes bloques de hielo, terremotos, sismos, tsunamis y huracanes. Pero esta crisis también se hace innegable en la deshumanización y la pérdida de los principios éticos y morales que lesionan gravemente a la especie humana: fanatismos, prejuicios raciales, religiones que desunen, guerras absurdas, perversiones sexuales, secuestros, venta de órganos, xenofobia; todo ello nos indica que hemos perdido nuestra condición humana y la de una ética para sí, de una ética de respeto para la madre-tierra, para el universo, para el prójimo, para el hermano.

Este modo absurdo de querer sobresalir y obtener la hegemonía de unos contra otros impide mirar la realidad de modo distinto. Provoca que nos alejemos de nuevos procesos de inteligencia, de conciencia, que nos lleve a comprender los efectos de nuestros excesos en la naturaleza, a compartir con los otros, a ser sensibles a sus necesidades, a sentir sus constantes interconexiones, como hermanos, a sentirnos unidos, a religarnos, a abrir nuestras mentes a la espiritualidad, al misticismo. En conclusión, a darnos cuenta que somos seres humanos: físicos, biológicos, psíquicos culturales, sociales y que esta unidad compleja no se encuentra separada, ni desintegrada y que somos miembros de un mismo planeta.

Entonces revalorar y enseñar la condición humana se convierte en un asunto de extrema urgencia para reorientar y resignificar el sentido de la educación que se imparte en las instituciones escolares, en la familia, en la sociedad. Recuperar nuestra humana condición es reencontrarnos a nosotros mismos y con la naturaleza; es tener presente que somos un planeta minúsculo del universo, perdido en medio de miles de millones de estrella de la vía láctea y que “…al igual que la vida terrestre es extremadamente marginal en el cosmos, nosotros somos marginales en la vida” (Morin, 2000; 44)


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Para enseñar este saber es necesario abrirnos a la incertidumbre (Morín, 2001), tener presente la complejidad de un mundo dinámico, cambiante, turbulento, caótico, en permanente interconexión con el universo, la naturaleza; como un todo entretejido, unido, religado; en donde el saber organizado de las ciencias humanas, filosóficas, literatura, cosmología, las ciencias de la tierra y la ecología nos muestran la unión indisoluble entre la unidad y la diversidad de todo lo que es humano.

Por tanto, enseñar la condición humana implica enseñar lo humano de lo humano (Morín, 2001). Es imprescindible enseñar la unidad-diversidad, reconocer y entender al sujeto como un ser biológico-psicológico-cultural-social, que además no sólo tiene una unidad cerebral sino mental, afectiva e intelectual.

Para enseñar la condición humana, la educación y los educadores juegan un papel fundamental. Es necesario como educadores comprender nuestro destino como miembros que “estamos tanto dentro como fuera de la naturaleza” (Morín, 2000: 47), reconociendo nuestra condición cósmica, física, terrestre y humana. Tener claro que la vida se formó a partir de un proceso de homonización que culminó en la humanidad de la que formamos parte; se hace necesario reflexionar respecto de que nuestra supuesta grandeza como miembros del universo es un falsa ilusión dado que no somos los únicos, ya que existen universos inexplorados; asimismo, que la tierra se organizó a partir de sustancias físicas. En fin, que somos resultado del cosmos, de la naturaleza de la vida pero debido a nuestra cultura, nuestra humanidad misma etc., nos hemos vuelto extraños al cosmos.

Es necesario que como educadores reorientemos nuestro sentido de la enseñanza e incorporar en la práctica educativa preguntas detonadoras que hagan cuestionarse a nuestros aprendientes respecto del sentido de la vida, la del planeta; es vital cuestionarlos y hacerlos reflexionar respecto del papel que jugamos en la relación con nuestro entorno, es importante preguntarse ¿quiénes somos, a donde vamos, de dónde venimos? El punto de partida debe ser situarnos en el universo y considerarnos parte de él.

Enseñar la condición humana debe ser pues un acto de sensibilidad, creatividad, religación, espiritualidad, que nos exige pensar en un mundo multidimensional, global; en donde las partes constituyen el todo, pero el todo constituye las partes, todo esto nos debe llevar a la reforma del pensamiento, a una identidad y a una consciencia terrenal. Educar para este pensamiento es la finalidad de la educación del futuro.

Si queremos transformar la visión reduccionista de la vida, se hace necesario enseñar la condición humana, introducir y desarrollar en la educación el estudio de las características cerebrales, mentales y culturales del conocimiento humano, visto como un gran entramado, articulado, coherente, sin divisiones, ni especializaciones. Por tanto la escuela debe combatir el saber acumulado, disciplinario, porque impide operar el vínculo entre las partes y el todo.

Como educadores debemos enseñar las grandes interrogantes sobre la posibilidad del conocer, hay que desterrar el conocimiento simplista por el conocimiento complejo, hay que enseñar el conocimiento que integra contra aquel que desune, tenemos que enseñar a comprendernos bio-antropológicamente, es decir desde nuestra genética, nuestro origen como miembro de una sociedad, debemos enseñar a comprender que la búsqueda de la verdad puede desencadenarse a través de la autocrítica, la autoobservación, la metacognición, la propiocepción, el auto análisis y desterrar la falsa moralina.


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Debemos instaurar la convivencia con nuestras ideas y mitos, enseñar a tener control permanente para evitar el idealismo y la racionalización. Debemos enseñar a civilizar nuestras teorías, abrirnos a teorías críticas, reflexivas, de incertidumbres. Finalmente todo esto nos lleva a una mayor lucidez del conocimiento pero sobre todo a una reforma del pensamiento.

Reeducando al educador: la reforma del pensamiento
Una de los mayores efectos de la visión del paradigma cartesiano del siglo XVII, es la fragmentación del conocimiento. La enseñanza de las verdades absolutas se constituyó en uno de sus principales motores que alentaron la perspectiva cerrada, uniforme y objetiva de la realidad. Su vigencia en la actualidad se puede relacionar con el incesante desarrollo de las grandes potencias mundiales y con los procesos económicos que alientan la formación de personas en áreas o especialidades que responden a los intereses mercantiles de la aldea globalizada en la que se ha convertido el mundo.

En ese sentido, los responsables del desarrollo económico mundial, asumen una perspectiva capitalista en la que asignan a la educación el papel sustantivo de formar en la especialización, según los ámbitos de exigencia y competencia laboral que demandan las grandes empresas e industrias más poderosas del mundo. En esta visión limitada de la realidad y de un mundo materialista en la que los seres humanos son vistos como objetos o cosas que producen bienes o servicios, se atenta contra su integridad y pierden su potestad para decidir sobre su destino e integridad humana. Pero también se vuelven esclavas de sus propias necesidades; y su ámbito laboral se convierte en un espacio de sufrimiento y desesperación que consume gran parte de sus vidas, al suponer que sólo de esta manera podrán proporcionar a sus familias los satisfactores necesarios para una vida plena.

Bajo este escenario la sociedad y la familia perciben a la escuela como el espacio formativo en el que las personas podrán prepararse para desarrollar una actividad profesional que les depare mejores condiciones de bienestar o un status que los distinga de sus semejantes. En este sentido, la idea de acudir a la escuela se asocia no con la posibilidad de formarse integral y humanamente, sino de competir y sobresalir en un mundo marcado por las diferencias de grupos y clases sociales.

En congruencia con esta visión limitada y deformativa de la escuela, se diseñan planes y programas de estudio para formar médicos, abogados, arquitectos, contadores, profesores, etc., a los que les ofrecen, de acuerdo con dichos programas, un poco de todo. Los procesos educativos que se llevan a cabo forman a estos futuros profesionistas en la mejores técnicas y estrategias para curar, ganar, diseñar, contar, enseñar; utilizando a la ciencia y sus teorías como un cuerpo de conocimiento que no admite réplica, como un saber disciplinario absoluto; suponen que dicha formación será suficiente y acorde con la realidad en la que se insertarán como profesionistas. Sin embargo, esta visión reduccionista que alienta la competencia individual entre los propios seres humanos, olvida que a la escuela los aprendientes no solo acuden para recibir teorías o cuerpos de conocimientos acabados, sino que acuden por algo mas; por algo que lo haga más humanos, por algo que les advierta de las complejidades del mundo, de la incertidumbres que enfrentaran, por algo que las técnicas y las estrategias no les resolverán.



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La escuela olvida que además de la transmisión de los conocimientos y teorías que reproduce en tiempos y espacios preconcebidos, la verdadera educación es aquella que forma para la vida, para hacer más conscientes a los seres humanos y por tanto, requiere contextualizarse y reflexionar respecto de los problemas del mundo que son “…cada vez mas multidisciplinarios, transversales, multidimensionales, transnacionales, globales y planetarios” (Morín,2000:13), por eso, se requiere poner de relieve las grandes incertidumbres del universo, del mundo, de la naturaleza, del ser humano; debe enseñarse el respeto por el prójimo, la solidaridad con los desvalidos, la misericordia para los oprimidos y marginados, la espiritualidad que reina con la madre tierra, en fin, es preciso reformar nuestro pensamiento.

Reformar el pensamiento para hacer frente al monopolio del saber y a la hiperespecialización, para mirar la crisis económica, humana y ecológica como una alternativa para resignificar lo que hacemos, porque “el desafío de la globalidad es al mismo tiempo un desafío de la complejidad… porque la inteligencia que no sepa otra cosa que separar rompe la complejidad del mundo en fragmentos desunidos, fracciona los problemas, unidimensionaliza lo multidimensional” (Morín, 2000: 14-15).

Necesitamos de una reforma del pensamiento que permita responder a los desafíos culturales, cívicos y sociológicos para religar el bucle trinitario individuo/sociedad/especie, como un todo, interconectado que facilite el desarrollo pleno del ser humano.

Una reforma del pensamiento que brinde la posibilidad de poner en juego nuevas experiencias de aprendizaje, en espacios inéditos a la escuela tradicional que aliente la curiosidad, la indagación, la creatividad, la cooperación, el dialogo; el azar (Wagensberg, 1985), la fraternidad, solidaridad, cooperación. Una reforma que transite por la subjetividad y por la capacidad de reconocer al otro como legítimo ser de aprendizaje.

Pero esta reforma debe empezar por los educadores, son ellos quienes deben dar el salto evolutivo para transformar la perspectiva enciclopédica en la que nos formamos. El precio de esta reforma es abandonar nuestro estado de confort, es romper con el estigma del profesor experto, salirnos de los avances programáticos, trasgredir los tiempos didácticos y los recursos tradicionales, hacer algo insospechado, trasgredir el programa de estudio y decirles a nuestros alumnos que la verdad es la no verdad y que ésta se construye a partir del dialogo fluido, reconociendo los diversos significados de cada una de nuestras palabras y acciones como un todo auto-eco-organizado.

Reformar el pensamiento de los educadores es comprender el todo como constituyente de las partes, pero las partes como constituyentes del todo; es abrirse a la complejidad porque “el pensador frente a la complejidad es el pensador frente a la elección de las partes y sus todos” (Wagensberg, 1985:15).

La educación debe vencer la inercia del saber tabicado y aprender a educar desde la inter y transdisciplinariedad, tomando en cuenta lo que las diversas disciplinas nos ofrecen sobre un mismo problema o conocimiento, para captar desde diferentes ángulos que nos provee la filosofía, el arte, lenguaje, literatura, ensayos, novelas, cine, poesía, etc., la verdad subyacente.



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Es preciso reeducar a los educadores, tarea incierta y compleja que solo pueden llevar a cabo aquellos que animados por la fe estén convencidos de la necesidad de resignificar, reinventar y regenerar la enseñanza; es decir, aquellos que tengan en su interior el sentido pleno y vital de su misión. Para ello es preciso reflexionar respecto de la urgencia de reformar nuestro pensamiento, lo que implica poner atención a las teorías y entenderlas como formas de observar siempre cambiantes que pueden señalarnos o apuntar a una realidad que sólo está implícita y que no se puede escribir ni especificar en su totalidad, porque siempre habrá verdades y realidades por descubrir.

Reformar el pensamiento de los educadores podrá ayudar a terminar con el síndrome de la fragmentación que nos separa y desune del contexto, permitirá comprender que existen múltiples escenarios para educar y que el educador es un recurso más para llevar a cabo el acto de educar, nos ayudará a romper con los procesos encasillados en disciplinas carentes de significado; en suma, nos permitirá trasgredir la simplicidad de los programas de estudio y conspirar en favor de la educación.

Por ello, resulta necesario enfatizar que “la reforma de la enseñanza debe conducir a la reforma del pensamiento y la reforma del pensamiento debe conducir a la reforma de la enseñanza”(Morín, 2000: 23); es decir, una reforma es complementaria de la otra, se encuentran religadas, entretejidas como un todo complexus, pero finalmente debemos tener presente que “no se puede reformar la institución sin haber reformado previamente los espíritus, pero no se pueden reformar los espíritus si no se han reformado las instituciones” (Morín, 2000:129), esta es la tarea en la que los educadores debemos concretar nuestros esfuerzos si queremos transformar la educación, y hacer de ella un proceso totalitario, trasversal, transdisciplinar, integral, espiritual y holístico.


La estrategia: la visión holística y transdisciplinaria en la educación

La grave crisis en la que nos encontramos está provocando una profunda revolución en el campo del saber, producida por una nueva comprensión del universo, de la naturaleza y de nuestra propia concepción humana.

Si antaño el predominio de la visión cartesiana redujo al ser humano y a la naturaleza a cosas y objetos materiales cuantitativas, perdiéndose la totalidad en la que nos encontramos insertos, la fraternidad, la cooperación, la tolerancia, el diálogo y la sincronía con los diversos órdenes de la naturaleza, hoy vivimos una época distinta, marcada por profundas transformaciones que derivan en un nuevo mundo, más humano, basado en una perspectiva holística, que nos muestra un nuevo orden universal, oculto durante siglos (Gallegos, 1997). Los excesos del paradigma dominante desde el siglo XVII, que alentó la división y fragmentación del conocimiento ecológico y humano, se encuentra colapsado por nuevas ciencias y teorías que ven a nuestra humana naturaleza como un todo que explica y conecta en una sola todas los fenómenos físicos conocidos (Wilber, 1996).

Esta nueva perspectiva de la realidad se encuentra precedida por un conjunto de supuestos filosóficos y científicos surgidos desde hace aproximadamente 30 años, dentro de las cuales destacan la física cuántica, el modelo holográfico del cerebro de Karl H. Pribram, la teoría del caos de Ilya Prigogine, la resonancia mórfica de Rupert Sheldrake, la hipótesis gaia de James Lovelock, las ciencias cognitivas de Fracisco Varela, la psicología transpersonal de Ken Wilber, el orden implicado de David Bohm, la economía ecológica de Hazel Henderson, la ecoeduación de Fritjof Capra, la medicina holista de Larry Dossey, el paradigma de la espiritualidad de Leonardo Boof, la teoría de la complejidad o de la religación de Edgar Morín, entre otros.

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Los conocimientos y descubrimientos que han aportado estas ciencias y teorías conforman el nuevo paradigma emergente de las ciencias o las ciencias de frontera, y son hoy en día los principios que abren insospechadas posibilidades para que la humanidad pueda enfrentar la crisis económica, ecológica y humana de este siglo.

El principio o entramado que se articula alrededor de este nuevo paradigma encuentra su sustento en la idea de “totalidad”, percepción que reconoce la interconexión con todo el universo formando sistemas, subsistemas, redes, conexiones, bifurcaciones, encuentros y desencuentros, en el que las partes constituyen el todo, pero el todo es constituyente de las partes (Morín, 2000). En tal sentido, el nuevo paradigma percibe el universo no como un conjunto de objetos, sino como una comunidad de sujetos. La visión totalitaria del nuevo paradigma es entonces integral, sumativa y ecológica, “su visión de toda forma de vida en nuestro planeta es transversal, transdiciplinario y holístico”(Gallegos, 1998: 13).

En educación, la perspectiva de este nuevo paradigma de la totalidad u holístico está trastocando el concepto tradicional de la enseñanza y la visión disciplinar de los programas de estudio, el papel del profesor, la naturaleza del aprendizaje, la función de las escuelas, los escenarios de aprendizaje, los recursos y medios didácticos, así como las relaciones e interacciones entre educadores y aprendientes. Los alumnos ya no son vistos como agentes pasivos, sino como seres vivos en constante evolución y crecimiento, con sus propios conocimientos, pero también con distintas necesidades de aprendizaje. La educación holísta concibe al aprendizaje como un intenso proceso de interacción, interrelación y auto-eco-organización; el educador cede su protagonismo a los alumnos y se convierte en un recurso más como lo biblioteca, computadora o el ambiente. Los profesores cumplen el papel de asesores permitiendo que la curiosidad natural de niño (Gallegos, 1997).

Los principales fundamentos que giran en torno de la visión holística de la educación son: los sistemas ecológicos, el desarrollo humano, la creatividad, la libertad para aprender, la participación democrática, la educación integral y la recuperación de la dimensiones espirituales del niño, etc. (Gallegos,1997) Desde esta visión la ecoeducación es una estrategia exhaustiva para reestructurar nuestras prácticas, así como la naturaleza y el contenido de los planes de estudios, la forma en que se agrupa a los estudiantes, la forma en que se administra el proceso de enseñanza-aprendizaje, la forma en que se encuentra estructurado el sistema escolar en su totalidad y las características de lo que podría llamarse la cultura de la escuela”. (Clark, citado en Gallegos, 1997:73)

La educación se encuentra en función del cambio de percepción de la consciencia de los educadores y aprendientes, en ese sentido opone inteligencia a pensamiento para enfrentar los problemas del hombre, promueve el diálogo como una indagación religiosa de la verdad, la búsqueda del “yo”, es decir, la búsqueda del orden interno; la espiritualidad como un proceso de autoconocimiento profundo, “la búsqueda de orden dentro de nuestra conciencia que se manifiesta de distintas formas como amor, compasión o libertad” (Gallegos, 1998: 25).

Queda claro que la misión de los educadores desde la perspectiva holísta impone el reto de cambiar y refundar nuestro quehacer pedagógico. Significa oponer a la visión enciclopedia en la que fuimos formados una visión transversal y transdisciplinaria; es decir, abrir nuestras mentes al conocimiento de otras ciencias y parcelas del saber, para darnos cuenta que entre ellas existen punto de encuentros y desencuentros que nos pueden ayudar en la interpretación y comprensión de los problemas y fenómenos del mundo.

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Creo que a partir de la reflexión personal sobre los orígenes que nos desviaron de la relación fraterna con la naturaleza, de la reconsideración de nuestra condición humana, como miembros de un pequeño planeta perdido en miles de planetas y galaxias más, podrá gestarse una consciencia mas fraterna y solidaria respecto de nuestra misión en el planeta. El punto de inicio, de la influencia sutil, puede ser la visión holísta de la educación, pues nos muestra un rostro más ecológico, humano, espiritual y creativo del acto de educar.

Como educadores es tiempo de erradicar prácticas estériles que solo reproducen el saber tabicado o disciplinar; es tiempo de resignificar el concepto de enseñanza para no seguir generando profesionistas con un saber técnico limitado, es momento de suprimir actitudes académicas que reprimen, denigran y desmotivan el placer por aprender en nuestros aprendientes; por el contrario, es necesario reflexionar respecto de los conocimientos que la visión holísta aporta en el ámbito educativo, como una de los eslabones estratégicos para transformar y regenerar la visión del mundo, la relación con la naturaleza y nuestra humana condición. El reto es atrevernos a transitar por esta nueva forma de concebir a la educación y despojarnos de nuestros cinismos y falsas moralinas para reencantar y resignificar con pasión nuestra humana tarea de educar.

La visión holística de la educación nos muestra el eslabón que nos une y hermana con el mundo, como un todo entretejido, sin atavismos, ni constricciones, ni divisiones entre países o grupos sociales; desde esta perspectiva de las ciencias de frontera, se abre la posibilidad para comprender la incomprensión y luchar por un mundo más humano, ecológico y espiritual, ese es el reto que enfrentamos como educadores.

Conclusión
En el desarrollo de este escrito se puso de manifiesto los excesos de la fragmentación que nos separa del mundo, la naturaleza y de nuestros semejantes; así como los motivos de los desvíos que nos conducen hacia la degradación, deterioro y aniquilación de todo cuanto nos rodea, en aras de mayores niveles de bienestar económico y social. En contrasentido, a esta visión del siglo XVII, se expresó la necesidad de recuperar y resignificar nuestra humana condición para trazar un nuevo destino, reconociéndonos como seres físicos, biológicos, psicológicos, sociales y culturales, dejando de lado la visión antropocéntrica que divide y aísla; porque esta unidad compleja no se encuentra separada, ni desintegrada al ser miembros de un mismo planeta que se encuentra en constante transformación.

Se señaló el apremio de reeducar a los educadores mediante una reforma del pensamiento, que solo podrán desarrollar quienes se encuentren convencidos de la necesidad de resignificar, reinventar y regenerar la visión del mundo y de la educación, a través de una autoética y del sentido vital que asignen a su acción educativa. Para ello, se propuso oponer pensamiento a inteligencia como una forma de abrir nuestro mirar a la vida y descubrir las íntimas relaciones que guarda la realidad objetiva y subjetiva con la sensibilidad, emoción, pasión y sentimiento a través del dialogo para construir verdades comunes, sin imponer ni juzgar a nadie por sus ideas, tomando en cuenta las constantes interacciones que se generan entre los seres humanos, vistos como iguales, pero al mismo tiempo diferentes para construir un mundo más justo y equitativo; considerando para ello las multidimensionalidades de los diversos saberes que conforman al paradigma emergente de la ciencia, es decir, poniendo en práctica la inter y transdisciplinariedad.



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Todas las consideraciones anteriores llevaron como idea central, en este escrito, reflexionar respecto de la necesidad de transformar la visión caduca y simplista de la realidad y la educación, para refundar nuestra perspectiva de educar que considere a la vida, el medo ambiente y al propio ser humano como un todo entretejido, complejo, complementario, que requiere de la totalidad y la búsqueda de nuevas formas de participar en el creativo acto de educar.

Como estrategia para la nueva educación del siglo XXI, la visión holísta representa la posibilidad de reeducar no solo al educador, sino también a nuestros aprendientes, postula el reencuentro con nuestro planeta, la ecoeducación, la espiritualidad, la religación, fraternidad, tolerancia; promueve el rencuentro con la naturaleza y con nosotros mismos, con la creatividad, la incertidumbre de la vida, con la democracia cognitiva, con el diálogo, la transversalidad y la transdisciplinariedad de los saberes hasta ahora enseñados en forma disciplinaria.

Asumir una perspectiva como esta, representa una enorme responsabilidad que bien vale la pena poner en práctica, a fin de vislumbrar un mundo y una nueva conciencia humana de mayor solidaridad, tolerancia y respeto por el planeta y por nosotros mismos. Como bien afirma E. Morín (2000:129), “no se puede reformar la institución sin haber reformado previamente los espíritus, pero no se pueden reformar los espíritus si no se han reformado previamente las instituciones”; me parece que esta es la paradoja por la que es necesario empezar.

Finalmente debo decir, en congruencia con todo lo expresado, que mi visión de la vida y de mi práctica docente ha quedado eclipsada por esta nueva forma de concebir a la educación y al ser humano, corresponde ahora intentar resignificar lo que cotidianamente realizo en el aula para que, cuál resonancia mórfica o efecto mariposa, se introyecte en quienes me rodean y hagamos juntos algo verdaderamente bello por lo que vale la pena luchar: educar en la totalidad y la creatividad para liberarnos de las ataduras de nuestros tiempos, este es el eslabón perdido en la educación y al mismo tiempo el reto al que debo destinar mi pasión por educar.

Referencias bibliográficas
 Bohm, David. (2002). La totalidad y el orden implicado. Barcelona: Editorial Kairós.

 Gallegos Nava, Ramón, et. al. (1997). El destino indivisible de la educación. Propuesta holística para redefinir el diálogo humanidad, naturaleza en la enseñanza. México: Editorial Fax.

 Gallegos Nava, Ramón (Coordinador). (1998) Lo sagrado y la nueva ciencia. El naciente paradigma holístico de cara al siglo XXI. México: Editorial Fax.

 Morin, Edgar (2000). La mente bien ordenada. Barcelona: Editorial Seix Barral.
 Morin, Edgar (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. México: UNESCO.

 Wagensberg, J. (1985). Ideas sobre la Complejidad del Mundo. Barcelona: Tusquets, Serie Metatemas 9.

 Wilbert, Ken. (1996). Una teoría del todo. Barcelona: Editorial Kairós